El otoño nos trae la famosa astenia, a la que se suma el cambio de hora con la consiguiente alteración en la secreción de melatonina, una hormona que actúa regulando los estados de vigilia y sueño y, también, los constipados al descender la temperatura y aumentar la humedad. No obstante, nos aporta cosas positivas como las castañas, los nuevos colores del paisaje, el color ocre de las hojas y el inicio de nuevos objetivos y proyectos. Como cada año, nos adaptamos al nuevo clima.
Algunos de vosotros me habéis oído subrayar la importancia del “clima laboral”, el cual depende de todos nosotros y de nuestros comportamientos que transmitimos por medio de los diferentes lenguajes (verbal, no verbal y paraverbal) y añado la escucha activa. El clima siempre presenta dos aspectos importantes: la temperatura y el grado de humedad. El grado de humedad alto, nos provoca una sensación más alta tanto del frío como del calor. Hay personas en la empresa que aumentan esta sensación por medio de lo que denominamos “comportamientos tóxicos”. Mi amigo Ignasi Castells, comentaba en un post las consecuencias que producen los “descontentos crónicos” a los que yo llamo “purulator”, que “purulan” como zombis por las instalaciones quejándose constantemente de todo, absorbiendo la energía positiva de los demás. Ante un “purulator”, me encantaría sugerir enseñarle un crucifijo o un ajo, y aprender a decir “no”. Buscan cómplices, intentan “comerte el tarro” para que opines lo mismo y, aunque, siempre acaban solos, producen corrientes de opinión negativa e improductiva y pensamientos negativos infundados. En definitiva, intoxican el entorno, el contexto, el clima laboral. ¡Agudizan más los aspectos negativos del otoño!
La importancia del entorno
Leyendo una entrevista realizada al neuropsiquiatra Boris Cyrulnik, comentaba que ahora constatamos, gracias a la neuroimaginería y la neurobiología, que el entorno envía múltiples mensajes, esculpe el cerebro y lo moldea ya que nuestro cerebro es neuroplástico. La neuroplasticidad permite a las neuronas regenerarse tanto anatómica como funcionalmente y formar nuevas conexiones sinápticas durante todo el transcurso de nuestra vida mediante el aprendizaje y las experiencias. Es evidente que los factores ambientales actúan sobre las capacidades cognitivas y que lo hacen a través de la plasticidad sináptica que contribuye a configurar las redes neurales.
Según Cyrulnik hay tres entornos. El primero es el entorno inmediato del bebé: el líquido amniótico, la química. El segundo es el afectivo: la madre, el padre, la familia, el barrio, la escuela. Y el tercero es el entorno verbal al que, personalmente, denomino social (en este caso, clima laboral) y este entorno también participa en la escultura del cerebro.
Es decir, cuando actuamos sobre el entorno, modificamos la escultura cerebral. Y, “el purulator” o los “descontentos crónicos”, como les llama Ignasi, siempre eternamente cabreados, actúan sobre el entorno. ¡Nuestro entorno!
No debemos permitirlo, bajo ningún concepto. Ocupan nuestro tiempo, deterioran relaciones, no aportan soluciones, minan la salud mental y dan forma a la expresión “el enemigo está en casa”. El problema radica en permitir precedentes por no haberlos afrontado y cortado de raíz de forma ágil. Incluso el susodicho personaje se siente cómodo, aunque amargado. La amargura es una emoción negativa que está compuesta principalmente por ira y tristeza y es una forma de depresión.
También, desde mi punto de vista, existen niveles de intensidades diferentes:
Tipo 1.- Todos hemos tenido momentos que nos hemos sentido algo “purulator”, es humano y son reacciones puntuales. Su duración es mínima.
Tipo 2.-Como la reacción anterior, aunque se repite. ¡Cuidadín!
Tipo 3.-La repetición es periódica. Inicio de interiorización de un trastorno (nivel de aviso, darse cuenta, reflexionar). No cruzar la línea a niveles 4 o 5.
Tipo 4/5.-Patología del Trastorno o Síndrome de la amargura (Michael Linden). Y se les detecta por diferentes aspectos muy asociados entre ellos:
- Están en posesión de la verdad, su verdad.
- Generan conflictos y problemas.
- Se inmiscuyen y opinan de situaciones que desconocen.
- Intentan atraer a otras personas a su criterio.
- Utilizan el victimismo.
- Los culpables siempre son los otros.
- Son pesimistas y envidiosos.
- Incluso, pueden sentirse mejor porque hacen a alguien sentirse peor.
Según Seth Meyer, psiquiatra, estas personas suelen desenvolverse en el mundo desde una perspectiva culpable, carentes de la empatía que se espera tenga una persona adulta.
Mi primera sugerencia es afrontar rápidamente el conflicto al inicio del mismo para evitar precedentes. La segunda sugerencia, en el caso de estar enquistado, es exponerle al negativo protagonista, el problema con claridad, de forma contundente aunque no agresiva, desde la asertividad, haciéndole reflexionar sobre las situaciones y consecuencias que genera, argumentando los casos y acciones puntuales (no generalizar) con ejemplos claros de sus acciones negativas, obteniendo respuestas de su conducta para ver si es capaz de argumentar de forma correcta su comportamiento (suele justificarse, muy difícil que argumente) y las nefastas consecuencias que comporta y pactar un plan de acción, que si no evidencia mejora, debería recomendarse terapia psicológica.
Para este artículo, he elegido un anuncio de una campaña australiana, intenso y contundente, de cómo influye el entorno y nuestros comportamientos en los demás.
Siempre agradecido por vuestros like’s y comentarios!
Dedicado a Toni J. González Carrascosa de Novares Group y a Ignasi Castells Cuixart, Autor y formador en Habilidades sociales.
Javier Gay de Liébana
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